Ona deja de reír como puede. ¿Crees que es verdad, pregunta, que no importa lo que pienses?
Me pongo colorado y zarandeo la cabeza.
Sigue: ¿Cómo te sentirías si en toda tu vida nunca hubiera importado lo que pensaras?
Pero yo no estoy aquí para pensar, respondo, estoy aquí para redactar las actas de vuestra asamblea.
Ona desdeña mis palabras con un gesto. Pero si vivieras toda tu vida, dice, con la sensación real de que no importa lo que tú pienses, ¿cómo te sentirías?
Sonrío y murmuro algo de que mi único propósito es la voluntad de Dios.
Ona me devuelve la sonrisa (¡!). Pero ¿cómo podemos saber cuál es la voluntad de Dios sino pensando?
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