Sostenida en la desolación del firmamento, un infinito punto de luz parpadea a débiles espasmos. Su cálida luz etérea se dilata a través del vacío, profundos espacios de tiempo.
Comatosa esta noche interminable. No se sabe si perdió la memoria olvidando hacia dónde ir, o si en desahucio, encuentra la futilidad perpetua de su andar. Por siempre inamovible en la mente de todas las existencias, vertida en todos los colores, alojada en el lugar de la ausencia, insuflando al sueño el dulce aroma del suicidio.
En la depresión de un valle, en el corazón de la oscuridad, utilizando sólo sus manos un hombre cavaba su fosa. Tierra mojada, olor a hierba, arrullo de la noche. La nostalgia se recuesta también en el sepulcro. Con la mirada clavada en la oscuridad, ínfima gota de rocío apunto de brotar.
Nebulosa ilusión, fantasma de la desdicha. ¿Acaso el tiro de gracia?, ¿otra broma sádica del destino? A lo lejos un gastado eco se arrastra. Una tenue luz se abre paso sin importar lo imposible. A la noche no le queda más remedio que ceder, espesándose en sombras. La luz da un delicado beso en la frente del hombre, que después de limpiarse los ojos de tierra, se incorpora.
El punto de luz se intensifica, crece en armonía invocando la aurora, deslumbrando unos ojos acostumbrados a la oscuridad. Iluminado el sendero el hombre asciende todavía aletargado al punto más alto del valle, cree tener los ojos abiertos pero, como regresando de un doble sueño; vuelve a abrirlos.
En medio del resplandor, ve su sonrisa.
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