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Pecado original

Tras la caída de este sol inclemente, toca regar las macetas. Es un rito purificador que reconcilia con el alma del mundo. Hay ya muchas pruebas de que estos seres son sintientes y comunicativos. Me gusta imaginar que en los tiempos primordiales hubo una gran asamblea entre los vivientes, en la que unos decidieron moverse y otros echar raíces en la madre tierra. Somos hijos de la diáspora universal que emprendieron nuestros antepasados. No estoy seguro de que esa desatinada decisión no fuera el origen de nuestras desdichas, la causa de las otras, el verdadero pecado original.

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Siempre

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Este grafiti tautológico me lo encuentro de frente, al cruzar una rotonda, en una de mis rutas de paseo por las afueras del pueblo. Por fin lo fotografié, con la intención de escribir algo a propósito. De alguna forma, me inquieta e incomoda La tautología, en cuanto círculo vicioso, no tiene mayor interés, ni originalidad: hay una muy famosa atribuida a Vujadin Boskov, ex entrenador del Real Madrid, «Fútbol es fútbol». Esta hipérbole amorosa de la que me ocupo aquí parece un calco de esa otra.

El autor debe ser un hombre, porque solo los hombres crecemos con esa idea absolutista del amor. Tiene pinta de ser la respuesta pública a alguna duda o deseo de ruptura que le fue planteada al enamorado caballero que, reafirma así la intemporalidad de su amor frente a los azares del tiempo. O eso creyó, como creen tantos, convencidos de que «siempre» representa una especie de victoria ante el inexorable acabamiento y mudanza del paso del tiempo. Nada más lejos de la realidad.

El adverbio «siempre» indica, más bien, lo contrario: una línea temporal angustiosamente inacable, sin remisión ni redención posibles. En mi infancia, atormentada desde muy pronto por preguntas y dudas -religiosas, filosóficas- sobre el mundo sin explicar que iba creciendo a la vez que yo, surgió pronto la idea insidiosa de la eternidad, tan querida por el catolicismo: la vida eterna, el castigo eterno… Siempre; lo repetí tantas veces en una ocasión, para hacerme una idea de su significado, que no me desvanecí de milagro, de la angustia provocada por el concepto vacío de un tiempo interminable.

Y el amor eterno, claro, que no tardó en llegar para quedarse, a pesar del desmentido de los enamoramientos cotidianos y su tormentoso siempre de un día. «Siempre», tal como aparece en la pintada, con la desproporción exagerada entre el tamaño descomunal de las letras y el pequeño corazoncito que las acompaña, casi un simple recordatorio para caminantes, nos recuerda qué importaba de verdad al anónimo grafitero: la eternidad, no el amor. «Siempre» instituye una vida sin vejez, enfermedad ni muerte; un amor sin deterioro ni altibajos; un tiempo sin fin inasequible a la vida.

El absolutismo de «siempre» y «nunca», o del cero matemático, esconden un profundo desaliento que acompaña la vida humana desde sus orígenes, un dañoso error que envenena nuestro conocimiento, razón y sentimientos: la pretensión de encontrar la infinitud en la muerte del tiempo mediante su abstracción, es decir, en la muerte de la vida.

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Siempre

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Este grafiti tautológico me lo encuentro de frente, al cruzar una rotonda, en una de mis rutas de paseo por las afueras del pueblo. Por fin lo fotografié, con la intención de escribir algo a propósito. De alguna forma, me inquieta e incomoda. La tautología, en cuanto círculo vicioso, no tiene mayor interés, ni originalidad: hay una muy famosa atribuida a Vujadin Boskov, ex entrenador del Real Madrid, «Fútbol es fútbol». Esta hipérbole amorosa de la que me ocupo aquí parece un calco de esa otra.

El autor debe ser un hombre, porque solo los hombres crecemos con esa idea absolutista del amor. Tiene pinta de ser la respuesta pública a alguna duda o deseo de ruptura que le fueron planteados, de forma privada, al enamorado caballero que, reafirma así la intemporalidad de su amor frente a los azares del tiempo. O eso creyó, como creen tantos, convencidos de que «siempre» representa una especie de victoria ante el inexorable acabamiento y mudanza del paso del tiempo. Nada más lejos de la realidad.

El adverbio «siempre» indica, más bien, lo contrario: una línea temporal angustiosamente inacabable, sin remisión ni redención posibles. En mi infancia, atormentada desde muy pronto por preguntas y dudas -religiosas, filosóficas- sobre el mundo sin explicar que iba creciendo a la vez que yo, surgió pronto la idea insidiosa de la eternidad, tan querida por el catolicismo: la vida eterna, el castigo eterno… Siempre; lo repetí tantas veces...: en una ocasión, para hacerme una idea de su significado, la pronuncié de manera obsesiva, hasta el punto de que no me desvanecí de milagro, de la angustia provocada por el concepto vacío de un tiempo interminable.

Y el amor eterno, claro, que no tardó en llegar para quedarse, a pesar del desmentido de los enamoramientos cotidianos y su tormentoso siempre de un día. «Siempre», tal como aparece en la pintada, con la desproporción exagerada entre el tamaño descomunal de las letras y el pequeño corazoncito que las acompaña, casi un simple recordatorio para caminantes, nos recuerda qué importaba de verdad al anónimo grafitero: la eternidad, no el amor. «Siempre» instituye una vida sin vejez, enfermedad ni muerte; un amor sin deterioro ni altibajos; un tiempo sin fin inasequible a la vida.

El absolutismo de «siempre» y «nunca», o del cero matemático, esconden un profundo desaliento que acompaña la vida humana desde sus orígenes, un dañoso error que envenena nuestro conocimiento, razón y sentimientos: la pretensión de encontrar la infinitud en la muerte del tiempo mediante su abstracción, es decir, en la muerte de la vida.

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El azar y el pretérito imperfecto de subjuntivo

Cuando estudiaba el sistema verbal del español, tan rico y complejo, me llamó siempre la atención el uso del pretérito imperfecto de subjuntivo con el valor de un pretérito pluscuamperfecto de indicativo. Lo mencionaba, sin demasiados detalles, el profesor Vidal Lamíquiz en su estudio sobre la flexión verbal de nuestra lengua. Me llamaba la atención, y me frustraba, porque no lo había visto documentado y porque la mayoría de los gramáticos no lo mencionan, salvo alguna breve alusión a su carácter literario arcaizante o a su uso más normalizado en algunas regiones como Galicia y Asturias. Eran tiempos sin Internet y acabé olvidando semejante cosa durante años, hasta que un (doble) afortunado azar me lo ha puesto delante de las ojos, leyendo El primo Basilio, de Eça de Queirós, ¡en una traducción de Ramón del Valle-Inclán!

[Pero me tengo que detener un momento en esta novela, por lo que pido disculpas al lector amigo. Es una novela especial para mí, porque forma parte de un ciclo narratológico europeo sobre las desventuras de una mujer casada que vive la tragedia de enamorarse y tener una relación fuera del matrimonio. "Tragedia" porque, en justo castigo a su rebelión, excepto Ana Ozores, mueren de una forma terrible. Entre mis proyectos, eternamente postergados, está realizar un estudio comparativo entre todas ellas. Son "La Regenta", de Clarín; "Madame Bovary, de Flaubert; "Anna Karenina", de Tolstoi; "Effie Briest" y "la adúltera", de Fontane, y esta, que me faltaba por leer, de Eça de Queirós.]

Al poco de empezar a leer El primo Basilio, en el primoroso castellano de Valle-Inclán, me encontré con esto "Era la primera vez que se separaba de Luisa, y sentía achicarse su corazón al abandonar aquella salita que él mismo ayudara a empapelar la víspera de su matrimonio..." Aunque es el uso predominante en toda la novela, aparece en combinación con el pretérito pluscuamperfecto ("ante-co-pretérito", se llama también a este tiempo, en el colmo de la cursilería terminológica), como ocurre en la misma página de la cita anterior: "Físicamente, Jorge nunca se la había parecido". Los ejemplos son continuos a lo largo del libro, que, una vez compartida mi alegría, abandono por el momento.

Por lo demás, en lo que se refiere al tratamiento normativo y gramatical dado a este tiempo, no han cambiado mucho las cosas. En la norma del español oficial contemporáneo (ESPOFCON), con su moralina habitual sobre el buen y el mal uso de la lengua, se considera como un error. Así, por ejemplo, el Manual del español urgente, de la agencia EFE, afirma:

No debe aparecer en los despachos de la agencia la forma cantara como equivalente de había cantado o de cantó. ("La sesión, que comenzara a las cuatro de la tarde, se prolongó hasta la madrugada".) Se trata de una pedantería ajena al buen empleo del español moderno (o de un influjo gallego o asturiano). Cantara tuvo ese valor de pluscuamperfecto de indicativo, heredado del latín en la Edad Media, pero lo fue perdiendo, y adquiriendo el de imperfecto de subjuntivo hasta que confundió sus usos con los de cantase. Fueron los poetas románticos quienes, para "medievalizar" su estilo, resucitaron el antiguo valor ya olvidado de cantara, y desde entonces se ha mantenido en la literatura. Pero debe estar ausente del lenguaje periodístico, donde ha penetrado por las citadas causas.

El mismo manual se extiende en otros usos del pasado en el modo Real, de este tiempo, que igualmente censura, como el del pretérito indefinido, aportando ejemplos como "El jugador que marcara (="marcó") el gol de la victoria". Aún hay otros valores atestiguados en el español escrito, más minoritarios ciertamente, como los equivalentes contextuales a un condicional compuesto o incluso al pretérito pluscuamperfecto del modo subjuntivo... Pero lo dejo aquí, para no aburrir más allá de lo permisible al paciente compañero de lecturas.

Acabo, pues, reiterando mi alegría de filólogo jubilado con el hallazgo, y con la afirmación más honesta, gramaticalmente hablando (pues deja la cuestión pendiente, como hay que hacer siempre con las cosas de las lenguas), que he encontrado sobre este versátil y proteico tiempo verbal. Es de Nelson Cartagena y aparece en la Gramática descriptiva de la lengua española, dirigida por Ignacio Bosque y Violeta Demonte.

Los ejemplos dados han mostrado que la alternancia hiciera / había hecho ocurre tanto en el español peninsular como en el americano. Se necesitan, no obstante, estudios detallados de frecuencia de la distribución de los tipos básicos en diversos tipos de textos y de hablantes para poder determinar fundamentalmente diferencias regionales, sociales y estilísticas en su empleo.

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