El especial atractivo que tiene la brujería para las mujeres se explica por la debilidad moral inherente al sexo femenino, tal como indican su inferioridad física y el ejemplo de Eva, que, al ser tentada por la serpiente en el Edén (Génesis, 2), arrastra a Adán en su caída. La creencia en que la mujer es por naturaleza pecaminosa puede sorprender a primera vista al lector contemporáneo, más familiarizado con la concepción victoriana de la mujer como guardiana del hogar y centro del bienestar moral tanto de los hombres como de la familia. Sin embargo, esta concepción de la moral ligada al género es relativamente reciente. Aún a finales del siglo XVIII, en el mundo inglés se consideraba que las mujeres eran moralmente más débiles, licenciosas por naturaleza y necesitaban el consejo espiritual y moral de los hombres. Por este motivo, en los dos siglos precedentes, se daba por sentado que las mujeres corrían un riesgo mayor de caer en pecado y eran por tanto más susceptibles de ser seducidas por el Diablo para practicar la brujería.