#cotidianidad

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Salgo de casa muy temprano para ser domingo, la calle sigue dormida y desierta. Llovió por la noche.

Camino a través del parque, la vegetación aún está húmeda. La luz se mece filtrada por las hojas de altos árboles, fantasmas blancos de la mañana; reflejos soñolientos empañados de miopía fresca.
Un par de perros medianos con la lengua de fuera corren ligeramente por el pasto. Los perros tienen collar, pero no veo ningún humano.

Me dirijo a la tienda, voy a comprar birotes para desayunar con chilaquiles. Mientras mi esposa licua jitomates y chiles junto a otras especias, prepara el café. Desde acá me imagino que puedo olerlo todo. Puedo oler el ajo, el comino, la siseante salsa al fuego; y el aroma del café recién molido. Pero también puedo oler el aroma de su cabello; uñas, saliva y su piel cálida por la mañana.

Me envuelve una sensación extraña y placentera: No hay preocupación o ansiedad. No importa si es ayer, hoy o mañana. Número o día de la semana. Si hace frío o calor. El camino por el parque se ondula, va y regresa; en espiral asciende, desciende. Se esconde, se expone, se confunde. Creí tenía un inicio en el tiempo, que comenzaba hace un mes; pero lleva allí desde siempre y nunca lo vi.

¿Cómo es que actos tan sencillos y ordinarios pueden alcanzar esta armonía? Una suave nube sobre la que reposa el pensamiento. Aspiro lenta y profundamente, mis ojos revientan en colores indefinidos, liberando sutiles aromas de una melancolía acumulada por años. No sé si la felicidad exista pero, ¿qué importa?

Uno de los perros me lame los dedos de la mano izquierda, me quedé dormido despierto a mitad del camino. Irónicamente, me apresuro para no llegar tarde a un espacio sin tiempo.
Donde estés es mi hogar. En cualquier lugar, en cualquier momento, desde siempre.

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